Con la A, Andrés y Abigail

ANDRÉS es un nombre de origen griego; su significado es el de hombre, en referencia al género masculino, diferenciándose así de mujer. Por este motivo, desde que empezó a usarse como nominativo propio, ha llevado implícito las cualidades que se suponían varoniles en la antigüedad: valentía, fuerza, carisma…, y que continuaron con el paso de los siglos, cuando se ha hecho verdaderamente popular y se ha exportado a numerosas partes del mundo.

Andrés, Andrea, Andrei, Andrew, André… son estas algunas de las diferentes formas en las que podemos encontrar este nombre propio en  otros idiomas. Así han sido llamados numerosas personalidades en la historia, como reyes, religiosos, políticos y artistas; se les supone amante de las artes, independientes y de gran sensibilidad, cosas que parecen darse en todas estas posiciones.  Parecen ser personas extrovertidas y con gran poder de persuasión, no sólo con sus palabras sino también con sus actitudes.  Son curiosos e inquietos, y les gusta explorar y conocer lugares y situaciones nuevas; suelen ser bastante testarudos, aunque por lo general son amantes del orden y rigen sus vidas por ciertas reglas que saben flexibilizar si la situación los requiere.  Son cariñosos y pacientes, y amantes de la familia, convirtiéndose así en buenos padres y compañeros para formar un hogar.

ABIGAIL es un nombre de origen hebreo: ab-guilah, literalmente fuente de alegría. Una de sus primeras portadoras la conocemos gracias a la Biblia, ya que así se llamaba la esposa del rey David, que la pidió en matrimonio al ver lo inteligente y prudente que era. Fuera así o no, estas cualidades son atribuidas a ese nombre también en la actualidad, además de ser consideradas como mujeres alegres, amigables y muy extrovertidas, con el don del saber estar.  Frecuentemente son bastante tardías en crear una familia propia, puesto que en las relaciones sentimentales suelen sentirse inseguras e indecisas, tomándose su tiempo para escoger a un compañero o compañera.

Este nombre también se extendió por Europa y Asia, aunque su grafía y pronunciación no tiene demasiadas variantes, conservando mayoritariamente la forma latina con la que lo conocemos.  De todas formas, no es demasiado popular, y no fue hasta llegado el siglo XVII en que empezó  a usarse tímidamente, gracias sobre todo a la corriente religiosa del Puritanismo, de incidencia mayoritaria en Gran Bretaña y EEUU; es ahí justamente donde este nombre femenino se ha vuelto más popular